Escarabajos
Un día, que me encontraba de viaje, un gato había trepado a lo alto de la palmera que había en mi jardín, junto a mi casa. La palmera, de unos quince metros de altura, había sido el refugio de un gato, al huir asustado por las bravuconerías infantiles de mi perro. El caso es que el gato no podía bajar, debido a la altura de la palmera. Pasados unos días, su dueño, después de varios intentos fallidos de rescate, y preocupado por la vida de su gato, decidió llamar a un palmerero de confianza Éste se subió ágilmente, y, cogiendo al gato del lomo, lo arrojó al vacío, cayendo con las patas en el suelo, sin daño alguno.
El dueño del gato, como detalle de cortesía, le dijo al palmerero que me podase la palmera. Cosa que empezó a hacer, hasta que se detuvo, al ver que la palmera estaba enferma. Me dijo que los escarabajos picudos se habían comido su corazón, y ahora estaba hueco. Pronto comenzaría a perder todas sus hojas y después se le desplomaría la copa. Me aconsejó cortarla antes de que se cayese y ocasionara daños.
Tardé unos meses antes de decidirme, ya que conservaba una ligera esperanza de que la palmera pudiera sobrevivir. Pero había subestimado la eficacia de los escarabajos, a pesar de que sabía que, previamente, habían devorado el interior de casi todas las palmeras del entorno. Finalmente, el palmerero vino y cortó la mitad superior del tronco de la palmera.
El corazón ennegrecido de la corona caída de la palmera, se había deshecho en una especie de compost negro, dentro del cual habían abundantes larvas de escarabajo, que morirían, después de haber provocado la muerte de la palmera. Dormían plácida e inocentemente, inconscientes del mal que ocasionan al satisfacer sus apetitos parasitarios.
Esto me hizo ver, una vez más, cómo la ignorancia o negación, del daño que se provoca, es lo que permite que la crueldad suceda. Este recurso a la ignorancia, se repite en muchos aspectos de la mente humana. No se trata de querer cambiar la naturaleza de este impulso, sino de comprender sus causas, para poder elegir lo que debe hacerse para detener un hábito tan nefasto e irreflexivo.
El recordar esta anécdota de la palmera, me ha hecho evocar ciertas similitudes que he observado, a lo largo de los años, en mi entorno social.
En este entorno he descubierto un cierto paralelismo con otro tipo de escarabajos, especializados en ennegrecer y devorar el corazón de los incautos. Tras haber sido embaucados por esas purpurinas conceptuales (con que se capta el ingenuo infantilismo de los incautos), en su candidez estos se lanzan (dogmática e irreflexivamente) intoxicados por una necedad letal, hacia un desgraciado destino, queriendo poseer las fosforescencias del deseo.
Este proceso es muy semejante a cuando una presa es seducida por el cebo de los tramperos. Una vez que las presas han caído en la trampa, esos hábiles depredadores sabrán acceder a su corazón y devorarlo con alabanzas y humillaciones, con expectativas y temores, con deseos y rechazos…, robándoles el acceso a lo grandioso, a lo sublime, a lo sagrado, a su origen… y arrojándoles a un pantano de desencanto. Finalmente caerán victimizados frente al devenir.
Este desencanto (integrado ya en la rutina) tendrá que ser disfrazado con agitaciones y deseos, con continuos proyectos y planes, con temores y ascos… Sólo ignorando este exilio interno puede el depredado integrarse en el paradigma productivo que le ha subyugado. En ese paradigma viven aquellos que (habiendo sido anteriormente desarraigados) fingen tener aquello de lo que se carece. Allí, el novicio (de esta secta materialista) aprenderá también a utilizar el engaño, para poder depredar a otros y así poder progresar. Un progreso singular, hacia un… “nadie-sabe-dónde” que todos persiguen, envueltos con la más cándida de sus ingenuidades. Una candidez adoptada, que les permite vivir dentro de una inocencia fingida.
En esa masiva persecución depredativa, se construye una auto-imagen de inocencia. Una inocencia imposible de impostar sin haberse uno antes victimizado frente a toda adversidad.
Esta victimización (generalizada) implica algunas consecuencias, ya que el victimizado, necesita encontrar verdugos externos a los que acusar de sus propios errores y sus propios infiernos. De esta forma podrá despreciar y agredir a “los responsables de su frustración”, asignados por su imaginación, sin que esto les provoque ningún remordimiento de conciencia.
Con el paso del tiempo, algunos llegarán a ser iguales a los que les depredaron a ellos, sin saber que aquellos pasaron, previamente, por el mismo proceso que ellos.
Pertrechados de argumentaciones falaces y prisioneros de su propio engaño, creen haber encontrado esa justificación con la que pretenden legitimar los absurdos y contradicciones que subyacen a su existencia. Muy pocos descubren que el abandono irresponsable de sus propias raíces (a las que ahora temen), es la causa de su infortunio.
Olvidados quedaron aquellos gestos cuando (necesitados de la oscuridad para ocultar sus actos) pretendieron suplantar la luminosidad del Sol con continuos entretenimientos. No eran conscientes de cómo se incentivaban en ellos deseos interminables, que provocaban escondidos temores. Atrapados entre expectativas constantes y temores subyacentes, fueron recurriendo a esas mañas que bien saben utilizar los astutos vendedores y los tramperos.
Temerosos de la Verdad (que fue rechazada cuando ésta se mostró intransigente con sus voraces tendencias depredativas), crearon su propio concepto de verdad.
Recurriendo a la imaginación y a sus tretas, crearon una verdad que fuese adaptable a sus deseos. Una verdad superficial, limitada a la apariencia de las formas y fácilmente manipulable. Esto les permitió zambullir a sus víctimas en el barrizal de la demagogia y el literalismo.
Sólo con esta suplantación de lo genuino, se puede permitir el desarraigo de lo natural. De esta forma, se aceleró el proceso depredativo, incorporado en los planes que los depredadores habían elaborado.
Así fue cómo fueron devorados los corazones (tal como hicieron con el corazón de la palmera los escarabajos picudos).
Aquellos que empiezan a abrir sus ojos, se sorprenden al ver cómo aquellos otros, que aceptan esas artimañas depredativas, se cubren con prefabricados adornos conceptuales, sobre los que proyectan sus fascinaciones y sus emociones.
De esta forma, prosélitamente, pretenden ignorar ese grito profundo que clama en los subterráneos de quienes han perdido el corazón. Ahora, no sabiendo ni queriendo atender su propia agonía, se enfrentan a una desesperada soledad final.
Empujados por un temor envolvente, pretenden refugiarse en las ingenuas promesas, con las que fueron seducidos por aquellos embaucadores, mientras les cortaban sus raíces.
Una vez desenraizados de su origen, quienes prefirieron los beneficios de la apariencia, eligen arrogantemente la complicidad (en lo aparente) con quienes prefieren también ignorar sus orígenes épicos. Juntos se protegen de esas verdades, que pondrían en evidencia sus propios engaños.
Quienes así actúan, pretenden ignorar a su corazón. No pueden ver cómo, con el paso del tiempo, se va hundiendo en el pantano de la desesperanza. Un pantano que es negado con el recurso del victimismo, la inconsciencia y la irreflexión, y olvidado con entretenimientos y deberes.
Mientras, en la lejanía, más allá de los sueños, se oye el sonido de fondo de un lamento. Al ser un lamento emitido por la agonía de tantos corazones, aquellos que lo temen, requieren de una gran sordina conceptual, capaz de enmudecerlo.
Esta sordina conceptual, ha sido hábilmente elaborada por los habitantes de ese pantano de mediocridad.
Esta sordina tiene el poder de deformar el lamento de esa aflicción interna (que sufren quienes añoran su hogar), transformándola en deseo e impidiendo que su llamada sea socorrida por la conciencia indagativa.
Esas almas (ahora sin savia) antaño altivas y majestuosas, que eran refugio y albergue de otros seres, están ahora carentes de vida y son depredadas por las enredaderas de la codicia.
Desenraizados por la avidez y el miedo, esos corazones secos, se han convertido en cariátides pétreas. De esta forma sostienen, sobre sus encorvados hombros, el peso de una desmesurada imaginación evasiva, con la que se pretende emular la naturalidad que su codicia ha destruido.
En la matriz de esta desolación se ha engendrado la Mente de Rechazo, sobre la cual ha germinado el artificio y la impostación. Es ahí donde se engendran y se catapultan esas emociones necias que agitan y enceguecen la conciencia.
No obstante, aún se puede observar en el horizonte, a quienes no se han dejado seducir por la estupidez y han sabido reivindicar sus propias raíces, manteniéndose fieles a sus orígenes. Sus corazones adoran fervientemente a la cálida luminosidad viril del Sol (cuyo fuego sabe patentizar a sus hijos), y sus raíces se hunden gozosamente en la feminidad amorosa de la Madre Tierra, fiel a sus retoños.
Desde una posición de dignidad, los valerosos ignoran los fantasiosos conceptualismos con que se alimentan los temerosos. Aquellos conocen secretos que jamás podrán comprender los amedrentados. Unos secretos que nunca podrían ser percibidos por quienes han caído seducidos en este fantasioso mundo depredativo y sus imaginarios bienestares.
A ellos, a los que permiten que estas palabras puedan atravesar los gruesos muros levantados por la Mente de Rechazo (de quienes temen a la verdad), a quienes puedan escuchar atenta y amorosamente el dolor que otros niegan, me dirijo, sabiendo del regocijo y esperanza que les provocarán estas palabras.
Extraído del libro “La Bifurcación”
.
Marsias Yana