El igualitarismo, al igual que el relativismo, es el resultado de una concepción literalista de una cualidad originalmente sabia:
La igualdad esencial de todos los seres debe ser reconocida, para que pueda haber justicia, ya que sin justicia no existe equilibrio, y sin equilibrio todo se derrumba. Todos los seres temen el dolor y todos los seres desean ser felices. Esto merece respeto y debe ser considerado, antes de cualquier actuación propia que afecte a los demás.
Pero, cuando la conciencia inmadura e irreflexiva pretende interpretar esta actitud, ésta acaba cayendo en el igualitarismo.
Ante cualquier observador atento, sería un insulto a su inteligencia ignorar las enormes diferencias que existen entre los diferentes niveles de conciencia que afectan a todos los seres.
También es evidente que aquellos de mayor conciencia poseen una mayor ecuanimidad, afectividad, generosidad, sabiduría…, que aquellos otros cuya estrechez de conciencia está restringida a las necesidades de su cuerpo.
Estos últimos, siendo incapaces de percibir mayores amplitudes, necesitan la protección de aquellos de mayor capacidad, si quieren desarrollarse afectivamente y protegerse de los numerosos depredadores, físicos y mentales, que forman parte de esta existencia.
Este sistema de protección es una ley natural que emana, espontáneamente, en los grupos que se mantienen fieles a su naturaleza.
En la naturaleza, aquellos que han alcanzado una mayor ecuanimidad, generosidad y entereza, sienten la vocación de proteger a quienes apenas son conscientes de su entorno inmediato. Estos últimos, conocedores de sus limitaciones, buscan humildemente la protección que generosamente se les ofrece.
Esta jerarquía no solo sucede con los seres humanos, sino también con otros seres.
En la naturaleza, cualquier grupo está jerarquizado según el desarrollo de la conciencia, asegurando así su supervivencia. A este equilibrio dinámico de la naturaleza, se le llama Jerarquía Natural de la Conciencia.
Sobre esta jerarquía, se fundamentaron y desarrollaron las más sólidas civilizaciones, durante milenios.
Posteriormente (empujado por un devenir codicioso y tras haber sido cruelmente destruida la Jerarquía Natural) el individuo se encontró desprotegido y a solas con sus depredadores. Fue entonces cuando surgió el igualitarismo.
Este igualitarismo, al igual que el relativismo, carece de cualquier defensa lógica, no pudiendo sobrevivir ante un diálogo reflexivo y honesto. Por esta razón se presenta ataviado de una fuerte defensa reactiva, a modo de filiación emocional, impidiendo de esta forma que se produzca una mayor profundidad en la reflexión.
Este proceso de desnaturalización, al que conduce el igualitarismo, sería semejante a lo que sucede en las granjas de animales. Los animales de una granja, cuando ya han sido capturados, domados y sus líderes sometidos, son todos iguales (ante el dueño de la granja, al menos).
Ahora ya no tienen que obedecer a los líderes de la manada (como cuando eran libres). Ya sólo obedecen a su dueño, que es quien les da la comida y las medicinas (y que luego les llevará al matadero). También él se apropia de sus crías, liberándoles del trabajo de la crianza y la educación, y asegurando de esta forma que, en el futuro, estén bien integrados en la vida de granja, sin rebeldías atávicas, que perjudicarían el sistema productivo.
En la sociedad actual, el igualitarismo ha sido incorporado a la dieta psíquica del individuo, quien carece de los recursos internos y la libertad para poder desarrollar un sistema espontáneo de Jerarquía Natural. Esto ha propiciado el surgimiento de un nuevo tipo de líderes, que son presentados como un producto más, en este supermercado de marketing y propaganda, tan lleno de ilusorias libertades de elección.
De esta forma (con la ayuda de una hiper-desarrollada ingeniería social) fueron sustituidos los verdaderos líderes (aquellos que eran reconocidos por su honestidad y coraje) por otros más elaborados. En esta elaboración, se utilizan hábiles escenificaciones mediáticas y eslóganes propagandísticos, surgidos de equipos profesionales, dedicados a la creación de opiniones.
La sacralidad del sexo fue destruida, utilizando una insistente y larga campaña de banalización (ahora llamada libertad). Tras ello, el sexo fue presentado como otro entretenimiento, para la grandeza de la libertad del mercado.
Así mismo, la virilidad o la feminidad, fueron reinventados y convertidos en un accesorio, adquirible bajo elección. Ahora pretende ofrecerse como un producto más, expuesto en este supermercado democrático, que ha suplantado y destruido a la verdadera democracia.
Al sabio se le igualó con el necio y con el astuto, y se le apartó del escenario, manteniéndolo en el anonimato (en el mejor de los casos) y privando a la humanidad de su sabiduría.
Se igualó el lenguaje de la Sabiduría, con el discurso de charlatanes, que habían perdido su alma pero poseían una gran astucia demagógica. Desde ese escenario, se pudo desprestigiar y calumniar al oponente honesto y noble.
En estas argucias literalistas, lo sublime y lo arquetípico fue arrinconado, como si fuesen una superstición, ignorando que la mayor superstición es la creencia ciega en la propaganda.
Finalmente, el igualitarismo obstruyó los brotes espontáneos de la conciencia, tendentes a lo natural. Para ello se incorporaron burdos implantes conceptuales, desde donde se despreciaba lo genuino. El individuo fue así encerrado en los rediles ideológicos que el dueño de la granja requería.
Ignorando su naturaleza y sus orígenes, el individuo se mantiene ocupado en elegir, entre las variadas opciones que se le ofrecen para producir y entretenerse, y sólo alcanza a saber sobre lo que desea y lo que teme.
De esta forma obsesiva, el ser humano malgasta su tiempo vital, ignorando la profunda angustia que le acompaña, mientras su ser se va envileciendo por esta cobardía.
Algunos, quizá se atrevan a percibir que la ideologización, la conceptualización y sus posteriores etapas degenerativas, de literalismo, relativismo e igualitarismo, sólo son las respuestas defensivas que se dan, espontáneamente, en aquellas conciencias que son incapaces de asumir el sentir de su corazón.
Pero esta dificultad, para asumir la existencia, es debida al temor a hacer frente al sufrimiento que subyace y que se alberga en los pliegues del corazón. Este sufrimiento ignorado, se ha ido incrementando en la misma medida en que ha sido abandonado por la conciencia.
Todos sabemos que ese abandono se ha convertido en un nuevo dogma, expresado a través del ritual del deseo, que es sostén de nuestra civilización.
(Extraído del libro “Evocación”).
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Marsias Yana