El Consultorio
El consultorio de un psicoterapeuta puede ser el marco para que la introspección suceda. Pero, los resultados de esta introspección no tendrían un verdadero sentido si quedasen mentalmente archivados en una cartografía conceptual, que guardásemos para poder aplicar a nuestros actos y pensamientos. Si actuásemos de esta forma, esta cartografía se convertiría una astucia más, para perseguir objetivos egoicos y huir de temores.
Lamentablemente, este error es más habitual de lo que debiera, ya que la mayoría de los que acuden a estos consultorios, sólo buscan recuperar su operatividad funcional. Algo que es, en sí, contradictorio, ya que esa funcionalidad está motorizada por los deseos y temores que nos provoca la imaginación. Estos deseos nos someten a una exigencia voraz, habilitada por la auto alabanza y por la auto humillación. Y es esta auto exigencia (que nos provocamos para perseguir esos deseos) la principal causa de nuestro sufrimiento.
Otra cosa que debemos considerar es que la cartografía conceptual, realizada con nuestras interpretaciones del conocimiento de otros, es arriesgada, ya que suele generar convicción en una sabiduría prestada. El problema es que, esta sabiduría virtual, enorgullece tanto al paciente como al terapeuta.
(Este último, condicionado por el marco terapéutico, encontrará grandes dificultades para liberarse del narcisismo subyacente, inherente a su profesión.)
Aunque también hay quienes albergan en sus entrañas una singular rebeldía, que se ha mantenido clandestinamente y ha sobrevivido al intenso proceso domesticador, que sufren quienes forman parte de este paradigma evasivo.
Esta rebeldía noble, al yacer oculta, no es fácilmente perceptible, ni siquiera para el propio sujeto. Pero a veces la buena fortuna puede suceder, si la persona aún conserva ciertas virtudes, imprescindibles.
Esta coyuntura singular, en donde la buena fortuna converge con la actitud correcta, es tratada en un capítulo del libro “La Bifurcación”.
Ésta es una oportunidad que siempre se presenta inesperadamente, dispuesta a que nuestra sinceridad sea capaz de reconocerla y aprovecharla.
Aquí algunos fragmentos de este capítulo:
“…podía ver cómo la nobleza y la virtud, legitimadas por el discernimiento de la obviedad, se enfrentaban audazmente contra la astucia y la inconsciencia, pertrechadas de engaños y temores.
Sorprendido ante estos escenarios insólitos, hacia donde era transportado con sus palabras, trataba yo de ponerme a su lado, para luchar en esos mismos campos de batalla, hombro con hombro, aunque, debo reconocer que acababa rezagado, protegiéndome tras sus espaldas, arropado por mis resabiadas justificaciones.
En esas luchas, percibí la destreza con la que utilizaba sus armas y su valerosa determinación. [Puedo ahora decir, siendo sincero, que su determinación, a veces me atemorizaba.]
De esta forma, supe de su maestría. Poco a poco, cuando descubrí la nobleza que se ocultaba debajo de su sobria apariencia, acabé inclinando mi orgullo y mostrándole, implícitamente, mi reverencia y admiración por sus logros internos.
Algo maduró en mí tras una larga reflexión en sus palabras, cuya inspiración inicial acabó requiriéndome finalmente una mayor implicación vivencial con la existencia.
Supe que, sin esa profunda implicación, sus palabras no habrían podido cruzar el umbral defensivo de la fascinación.
Una fascinación tóxica que, de no ser neutralizada por el fuego de mi determinación, habría acabado convirtiéndose en estética.
Supe entonces que aquello requería de mi valentía y de mi sinceridad.”
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Marsias Yana