La reflexión es la práctica que permite encontrar, en lo más hondo de la conciencia, aquello que ha sido señalado por la sabiduría y comprendido por la razón. Siendo un movimiento puramente introspectivo, se requiere de una gran atención, surgida de una motivación genuina y noble. También requiere de una cierta libertad interna, ajena a los forzamientos que las creencias pretenden.
Disponer de una libertad interna significa poseer una actitud agudamente crítica, dotada de una cualidad respetuosa y capacitada para el agradecimiento. Esta libertad debe ser hábil y agudizada para encontrar esas preguntas que van dirigidas a aquello que nos obstaculiza. Estos obstáculos, que nos impiden profundizar, deben ser discriminados, para que las comprensiones emerjan a la conciencia.
Innumerables preguntas están esperándonos en cada estrato de interiorización. Estas preguntas deben ser encontradas, para poder rescatar nuestra naturaleza genuina.
Lamentablemente, la verdadera reflexión es un hábito olvidado, tras haber sido recubierto y suplantado por la elucubración. Esa suplantación podría dar lugar a una mala interpretación de mis palabras. Por esta razón, es importante que podamos discriminar entre reflexión y elucubración. Sin esta discriminación caeremos embarrancados en un eslabonado continuo de pensamientos.
Esta confusión en el contenido puede generar un rechazo a toda reflexión, agravando, de esta forma, los innumerables problemas que la inconsciencia provoca.
Una vez caídos en un enredo conceptual, somos fácilmente arrastrados hacia continuos temores y expectativas. Esta bipolaridad, del rechazo y del deseo, está anclada en unos hábitos e inercias, fecundados y nutridos en la sombra de la inconsciencia. Esta inconsciencia sólo puede ser vencida por la conciencia, obviamente.
Hay quienes (temiendo a sus elucubraciones) necesitan estar continuamente ocupados, con la pretensión de evitar ser absorbidos por las descontroladas corrientes emocionales del pensamiento.
Esta actitud, de rechazo a la reflexión, se ha ido convirtiendo en algo habitual, debido al irresponsable abandono de las prácticas contemplativas espontáneas. Estas prácticas surgen, de una forma natural, en quienes aún gozan de cierto sosiego, confianza en su ser y un singular amor por su esencia.
En condiciones naturales, esta reflexión sería semejante al proceso de la digestión. Siendo por tanto algo natural, que sucedería y se incrementaría, si no se hubiesen desarrollado tantos obstáculos para que esta digestión suceda.
Si esos obstáculos no son contrarrestados, con un tratamiento o entrenamiento adecuado, cualquier intento de reflexión sería emulativo. Esto significa que estaría contaminado de emulaciones e intenciones. Estas intenciones están construidas con deseos, que, inevitablemente, se desarrollan al agarrarnos a lo que nuestra imaginación ha construido, con las verdades aceptadas.
Cuando esto sucede, la reflexión se deriva hacia elucubraciones (que pretenden, subliminalmente, algún tipo de encumbramiento personal). Debido a esta pretensión, se esquivarán aquellas verdades que puedan escocer y perjudicar dicho encumbramiento, impidiendo así una verdadera reflexión.
De esta forma (mientras pretendemos ignorar la verdadera demanda afectiva que nuestro interior reclama) suelen verse frustrados muchos de los intentos voluntariosos de reflexión.
La reflexión no sucederá si la atención, hacia lo que debe ser reflexionado, está velada por nuestra intención. Tampoco podrá suceder, si no es neutralizada la compulsión a huir del dolor.
Nuestra reflexión irá ganando espacio, en la misma medida en que seamos capaces de hacernos responsables del dolor que negamos. Esta responsabilidad, íntima, es la garantía de nuestra honestidad, sin la cual todo proceso introspectivo estará destinado al fracaso.
Extraído del libro “Introspección” de Marsias Yana