Hoy día, tras el transcurso de años de alejamiento, difícil se presenta ofrecer una imagen del mal, exenta de beatería o superstición.
Teniendo en cuenta que fue el abuso de beatería y superstición, lo que torció en su día la espontaneidad, es conveniente recordar que es el mal lo que nos arrebata la espontaneidad. También podríamos anotar que es, ese déficit de espontaneidad, lo que nos deja indefensos ante la concepción literalista de la existencia.
Una vez que la espontaneidad genuina ha sido substraída, el ser humano se queda indefenso ante la artificiosidad conceptual. Una artificiosidad propiciada por la oscuridad gravitacional de las fuerzas de la apariencia.
Estas fuerzas de la oscuridad, que tergiversan lo genuino por lo emulado, están regidas por leyes gravitatorias, que actúan con gran perfección (como toda ley física), con el objetivo final de destruir la conciencia.
En este proceso se van sumiendo los seres que han caído bajo esta influencia, siendo empujados (sin voluntad propia) por los vientos descontrolados de sus acciones y pensamientos.
Mientras esto sucede, el individuo va creando su escenario. En éste, se muestra a sí mismo como una víctima. Pretendiendo así, subyacentemente, legitimar u ocultar sus actos egocéntricos, inevitablemente teñidos de parcialidad e injusticia. Estos actos, motivados por deseos y rechazos adquiridos, generan un desprecio por todo aquello que se teme o rechaza.
Bajo esta presión, se construye una personalidad imaginada (un rol), que adquiere prioridad ante los reclamos internos, quedando éstos ignorados y relegados a una eterna espera.
Persiguiendo el logro de la alabanza y temiendo la humillación del fracaso, esta personalidad se proyecta en un fantasioso futuro imaginado, en donde lo deseado sería alcanzado y lo temido sería eliminado (El Paraíso Terrenal).
Esta ilusa imaginación se convierte en una continua expectación, en donde el corazón permanecerá encerrado.
Desde ese encierro, jamás escucharemos ni comprenderemos los dolorosos reclamos que nuestro interior nos demanda.
Desde esta posición se ignora que, al priorizar la búsqueda de beneficio sobre la ética natural, se establece un pacto con el engaño.
Tras este pacto, el individuo hunde en lo inconsciente todo aquello que contradice el propio beneficio o daña la imagen elaborada del sí mismo.
Una vez que esta alianza (con la apariencia) es sellada, otras dinámicas (ajenas a la espontaneidad genuina del ser) se ponen en marcha.
A partir de entonces, estas dinámicas tomarán el control de la conducta.
De esta forma, son obstaculizados los intentos que la persona pudiese hacer para recuperar el control de su vida. Estos intentos se acabarán convirtiendo en una maquillada parodia, que sirve de adorno al rol creado.
El dolor, que la carencia de lo genuino provoca, es ocultado a la conciencia bajo el velo del victimismo, la culpa y el miedo. Este velo es incorporado subliminalmente al carácter, e integrado estéticamente en el paradigma social.
Desde la antigüedad se ha dicho que aquellos que quieran recuperar su vida y su espontaneidad natural, deberán enfrentarse a las fuerzas gravitatorias de la apariencia y del engaño. Sólo así, podrán vencer las astucias malévolas de una oscura gravitación .
Cuando surja una verdadera voluntad, capaz de romper este pacto de beneficios (que envilece toda nobleza) el ser humano podrá ser capaz de cuestionar las riendas que dirigen su vida.
Sin una actitud atenta y veraz, toda indicación quedará conceptualizada y encerrada dentro de los espacios que el orgullo, el victimismo, el miedo y la culpa, permiten.
Únicamente, a través de la indagación despierta de la realidad interior, de lo señalado, estas palabras encontrarán su sentido y el ancestral pacto con Mefistófeles podrá ser rescindido.
Extraído del libro “Huyendo del Origen”
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Marsias Yana