Invocación
La tergiversación de los hechos históricos más significativos de nuestro pasado, realizada por los vencedores, ha provocado un tipo de desarraigo que favorece la mercantilización de la condición humana.
Esta mercantilización de lo sagrado fue descarnadamente confrontada por nuestra tradición, tal como se representa en aquel pasaje en donde Cristo expulsa con un látigo a los mercaderes del templo.
Cubierto bajo el estigma de lo hereje, grandes bibliotecas, poseedoras de aquellos legados, fueron destruidas. Quienes se opusieron a las nuevas corrientes de pensamiento, fueron quemados y su historia fue interpretada por sus adversarios.
De esta forma, la verdadera naturaleza de aquella espiritualidad quedó cubierta por la narrativa de sus enemigos, quienes, posteriormente, se ocuparon de borrar las huellas de su legado histórico.
Actualmente, la dificultad que supone reabrir estos hechos es enorme, dada la literalización histórica y religiosa que hemos sufrido. Un literalismo emanado de la banalidad que acompaña al tipo de sociedad productiva que controla nuestra actual dieta psicológica.
Revertir esta dieta pareciera algo estéril, si tenemos en cuenta lo inaccesible que resulta comprender, esencialmente, aquellos lenguajes que señalen hacia lo inefable.
Es obvio que lo inefable sólo puede ser contemplado por aquellos que están en la perspectiva adecuada. Pero esta perspectiva es hoy raramente asequible, dado que está cubierta por los temores que generan nuestros deseos (actualmente consagrados).
Para poder comprender la magnitud de los obstáculos, que dificultan nuestra conexión con las fuerzas internas del Ser, debemos ser capaces de contemplar la carencia de recursos internos que adolece el individuo contemporáneo.
Esta dificultad está condicionada por la enorme cantidad de presupuestos ideológicos sobre los que se ha construido la moderna concepción de progreso.
Nos referimos a un progreso cimentado sobre el malestar interno. Tengamos en cuenta que es este malestar lo que provoca ese torrente incesante de deseos, que requiere nuestro sistema productivo.
Tras haber construido la realidad sobre unas bases puramente conceptuales (ajenas a la sabiduría espontánea, intrínseca en la naturaleza), el ser humano se enfrenta a un gran desafío. El desafío de recuperar sus raíces sublimes y sagradas, tras haber sido sacrificadas en el altar de la codicia.
Los afortunados que han hallado dentro de sí la voluntad de encarar este desafío, se encuentran con unas dificultades que tendrán que objetivar y superar. Algo verdaderamente épico, si tenemos en cuenta que hemos sido concebidos en el vientre del rechazo.
La sensibilidad para percibir la matriz de rechazo (dentro de la que actualmente se mueve la actividad psíquica) es algo raro de encontrar. Más sencillo sería percibir nuestra compulsión hacia el deseo (que no es sino la huida de un rechazo).
Por esta razón (y por las complejas encrucijadas que separan la mente conceptual de la mente natural) ha sido tan necesaria la invocación de aquellos sabios que nos han aportado atalayas de observación. Unas atalayas desde donde puede ser percibida la naturaleza laberíntica de la Mente de Rechazo, hoy convertida en Mente Depredativa.
Considerando la naturaleza del engaño proyectado en el escenario existencial, se hace necesario, en quienes conservan sus fidelidades, reaccionar en una dirección noble.
Ante este escenario, y dado que sin una verdadera rebelión interna la libertad no podrá ser alcanzada, invocamos ese coraje que subyace en aquellos que saben amar.
Fragmento extraído del libro Evocación
Marsias Yana