Memoria Histórica
Ataviada con una sofisticada arquitectura social, recurriendo a las tecnologías del marketing y la demagogia, la ambición es presentada como una cualidad virtuosa, imprescindible para triunfar. De esta forma, la codicia, se ha cubierto y adornado con hipocresía.
Si bien el desarrollo de estas actitudes ha supuesto un incremento de la productividad, también ha generado un conflicto existencial de grandes dimensiones y de difícil arreglo, dadas las enormes contradicciones vivenciales que hemos ido acumulado.
Actualmente (como cultura) carecemos de las actitudes adecuadas para desentrañar, con éxito, nuestro propio engaño (como individuos).
En este sentido, se debe considerar que, para quienes quieran recuperar esas actitudes, hoy olvidadas, les podrá ser de gran ayuda, comprender el devenir histórico de este paradigma social
Objetivando los hechos sucedidos y contrastándolos con la historia que nos han permitido aprender en las escuelas, podremos descubrir que ésta ha sido interpretada torcidamente, demasiadas veces, mostrándosenos los hechos históricos tal como los vería una mente codiciosa (a veces, incluso maliciosa).
Al observar la historia con la mirada que nos enseñan, sobresale el que prácticamente casi todos los acontecimientos y conflictos decisivos del pasado, sean vistos como resultados de las luchas codiciosas por el poder.
Al ignorar el aspecto más esencial de la naturaleza humana (su humanidad), sesgamos nuestra perspectiva de los hechos y deformamos la nobleza de nuestros antepasados.
El enfoque codicioso de la historia, que adquirimos en nuestra temprana etapa escolar, ha desarrollado en nosotros una visión despectiva y retrógrada de nuestros antepasados.
Sobre estas narrativas, se ha dado legitimidad al desarrollo imparable de una ética mercantil, que contamina actualmente todos los aspectos de la vida, la ciencia, el arte, la psicología, la medicina…
Esta orientación productiva ha calado profundamente en nuestra mente, aumentando en el individuo la desconfianza hacia su propia naturaleza y, con ello, hacia sus orígenes.
Esta actitud mental, que provoca orfandad y desarraigo, favorece la actual deshumanización de nuestros valores. Unos valores emanados de la codicia de un sistema que, tras su rostro seductor, comienza a mostrar sus garras bajo su piel de cordero.
Si considerásemos que ahora (por nuestra dignidad y como adultos) ya no estamos obligados a aceptar, dogmáticamente, esta perspectiva histórica, podríamos erguirnos y atrevernos a concebir otro tipo de realidad, en donde lo humano tuviese prioridad.
Aquellos que sepan escuchar a su interior y puedan llegar a percibir las bases arquetípicas de su ser, serán conscientes de la naturaleza genuina de su propia nobleza. Aunque ésta se encuentre cubierta por un fraudulento literalismo materialista, que se camufla bajo el disfraz de un racionalismo astuto.
Roger Eclarmonde