Cristianos del Logos
Al leer la perspectiva histórica de Roger sobre la cristiandad, me ha venido a la mente el recuerdo de un encuentro que tuve (hace algunos años) con un anciano sabio que guardaba para sí lo más valioso de su sabiduría.
Con una cierta confidencia, me habló de una leyenda que había sobrevivido tras siglos de persecución y quema de libros. Me fue contada más o menos así:
“En un tiempo primordial, Sophia Achamôth, hija de Sophía (La Sabiduría), al adentrarse en los planos astrales de la materia, quedó atrapada por el caos de las apariencias. Una vez allí engendró a un hijo. Este hijo fue llamado (por los antiguos cristianos) El Demiurgo.
Este ser (engendrado en el engaño de las apariencias), al abrir sus ojos contempló, aterrorizado, La Eternidad.
Siendo hijo de lo ilusorio, al mirar El Principio Universal (El Infinito), vio caos y tinieblas sobre la faz del abismo (Gen 1:2).
Tras este primer instante, agitado por la inquietud de esta visión, decidió crear su propio mundo, en el que pudiera huir de la temida Verdad.
Para ello creó un ilusorio Paraíso Terrenal. Creyó que negando la Verdad podría evadir e ignorar su temor a la Eternidad.
Así, se convirtió en el creador y señor de las apariencias y el engaño, y pretendió emular al Verdadero e Inexpresable Dios.
Para llevar a cabo su escenificación, creó a un hombre del polvo de la tierra, a su imagen y semejanza, para que le ayudase a llevar a cabo su fatuo plan evasivo.
Para evitar que éste abriese sus ojos y descubriese el engaño, le prohibió el acceso al fruto de la Sabiduría del Bien y del Mal, diciéndole que moriría, si lo probase.
Pero, en el centro de ese Paraíso Terrenal (el cuerpo humano) por el tronco principal ascendió una serpiente (Kundalini). Y este ascenso le provocó el temido despertar, mostrándose el fruto prohibido de la Sabiduría.
Fue entonces cuando sus ojos se abrieron y pudo ver que no era el caos y las tinieblas lo que había, sino que en El Principio era el Logos (Verbo), que el Logos estaba con Dios y que el Logos era Dios (S. Juan 1:1).
Cuando sus ojos se abrieron, pudo diferenciar, claramente, entre la apariencia y la esencia, entre lo real y lo emulado, entre lo falso y lo verdadero, entre el bien y el mal…
Tras ello, pudo salir de aquel aletargado Paraíso Terrenal, en donde la expectativa constante y el temor subyacente le encadenaban y le impedían ver su falta de libertad.
Dios, el Inmanifestado, consciente del nacimiento del Demiurgo y movido por su inmensa compasión, emanó a su hijo Unigénito (Logos o Verbo).
De esta forma nació en el mundo el Hijo Unigénito de Dios, para ayudar a los hombres a liberarse de la gravitación del mal. Siendo este mal la consecuencia del hechizo ejercido por el Diablo a través del engaño de la materia.”
Este Hijo de Dios fue llamado por los antiguos griegos Krishtos o Krishta, y fue representado por la Estrella de la Aurora (Venus) o el Portador de la Luz (Phosphorus o Φωσφόρος ). En India surgió como Krishna, el que mataba a los Diablos (Rakshas).
En nuestra cultura se le conoció como Cristo, encarnado y reconocido como Jesucristo.
Ha sido dicho que sin la invocación y ayuda de este Poder el hombre no podrá vencer las innumerables y complejas astucias del Diablo. Tras esta lucha, la conciencia podrá liberarse del hechizo del Paraíso Material. Un expectante e inalcanzable paraíso, en donde el diablo se ha convertido en dueño y señor de la mente de los hombres.
También se ha dicho que, tras una heroica batalla, una vez vencido el engaño, el ser humano regresará a El Paraíso Celestial (Lucas 15:11-32).
A partir de estos previos, se puede entender más fácilmente las palabras de Roger:
“Ojala nosotros, los cristianos del Logos, rodeados por un mundo literalista, pudiéramos rescatar al Cristo arquetípico. De esta forma podremos despertar aquel espíritu fervoroso, que ha encendido tantas almas y aliviado tanto sufrimiento, en los corazones humildes.
Es ahora, en estos tiempos tan degenerados, cuando tenemos la oportunidad de invocar a aquel Cristo, que amaba la naturaleza humana. Llevado por este amor, quiso llevarla de vuelta a casa (a su origen) siendo capaz de entregar su vida por ello.
Aquel Cristo resucitó a los muertos de espíritu y devolvió la vista a los ciegos de conciencia, abriendo sus ojos a la sabiduría del Bien y el Mal. De esta forma evitó que cayeran en el sueño de las apariencias. Un sueño donde el ser es eternamente depredado por las astucias del engaño.
Aquel Cristo liberaba a los seres de la ansiosa persecución eterna de un inalcanzable Paraíso Terrenal y, ofreciéndoles el Paraíso Celestial, entregó la eternidad a aquellos que, dotados de la suficiente valentía y sinceridad, así lo quisieron.
Aquel Cristo nos enseñó la humildad necesaria para abandonar ese supremacismo religioso, que impuso el fariseísmo al cristianismo y que tanto le ha dañado.
Aquel Cristo, que ha sido despreciado por los codiciosos, mostrará el verdadero sentido de la auténtica fe. Una fe liberada de creencias y sostenida en una sólida convicción.
Una convicción nacida de un claro discernimiento y de una fértil sabiduría
Una sabiduría imprescindible para abandonar el falso refugio de la creencia ciega, tan vulnerable ante las astutas acometidas del literalismo depredativo.
Aquellos que acepten estas reflexiones, deben considerar que no se puede cerrar una herida en falso, sin antes haberla saneado.
Es evidente que este proceso regenerativo sólo sucederá cuando la sinceridad esté dotada del suficiente coraje y cuando la valentía necesaria fructifique en el corazón. Estas cualidades nos son imprescindibles para poder rebelarnos contra la mentira y la crueldad, en lugar de someternos, asustados ante su poder.
La bondad de los atemorizados sólo es una bondad emulada, una escenificación carente de realidad. La verdadera bondad únicamente puede nacer y desarrollarse en libertad y sin temor.
La flacidez que provoca el acobardamiento y el temor, no debe ser confundida con la blandura interna que transmiten quienes han obtenido la sabiduría y recuperado su libertad.”