La Sombra
Desde el origen de los mundos, al surgir las formas y los cuerpos y ser expuestos a la luz, estos proyectaron su sombra.
La sombra es inherente a cada objeto y (aunque nunca contendrá las cualidades de este objeto) reflejará sus movimientos y su silueta.
La sombra carece de vida o conciencia pero, en sus movimientos, puede engañar a las mentes inmaduras y asustadizas, que eligen creer en una realidad inexistente y, presas del engaño, son arrastradas por un irreflexivo temor a la verdad.
Cuando alguien cae bajo el hechizo de las sombras y las apariencias, subyacentemente, ha elegido la ruta de la ignorancia.
El artificio de las apariencias es totalmente ignorado por quien nace en un imaginario mundo de engaño. Tras ello, es empujado continuamente por expectativas fantasiosas, que vienen reforzadas y respaldadas con inevitables temores.
De la misma forma que, a quien haya nacido y vivido siempre en la oscuridad, le será imposible saber lo que es esta oscuridad, quien ha vivido de espaldas a la sabiduría desconocerá lo que es realmente la ignorancia.
Ante esta lógica, es evidente que, quienes quieran conocer la ignorancia, tendrán antes que encontrar un espacio de sabiduría desde donde poder observarla.
Debemos contemplar ahora que, dado el enraizamiento de esa ignorancia y sus recursos defensivos para obstruir la sabiduría, se requerirá de unas cualidades que, tras haber sido olvidadas, deberán ser cultivadas.
Las dificultades para acceder a la sabiduría (necesaria para contemplar la ignorancia) son creadas por dos poderosas fuerzas: el deseo y el rechazo.
Estas fuerzas, siendo inherentes al mundo de las sombras y sus ensoñaciones, imposibilitan el acceso del individuo al umbral de su esencia. Siendo, esta esencia, el único lugar desde donde son perceptibles la luz y sus sombras.
Esta capacidad de discriminación, entre la mentira y la verdad, queda perturbada en quienes se han entregado a las expectativas de un paraíso material, surgidas del hechizo de las apariencias.
Para ellos, el desarrollo de esta sabiduría será el fruto prohibido para su conciencia. Una condición ineludible para quienes quieren permanecer soñando con un expectante y aparente Edén materialista.
Se trata de una prohibición implícita, acuñada en un contrato simbólico, que ha sido firmado fuera de la conciencia (aunque con la aprobación del individuo).
Una vez rubricado este contrato, esta prohibición es defendida bajo serias amenazas. Unas amenazas que emanan y proliferan, continuamente, del miedo a la muerte y del miedo a la vida.
En estas condiciones (e intimidado por sus temores) el individuo difícilmente se atreverá a cultivar esas cualidades y actitudes, que le permitirían conocer y discriminar entre la sombra y el ser, la verdad y la mentira, la esencia y la apariencia, el bien y el mal.
De esta forma, se construye algo inverosímil, incongruente e incompatible, con el propio sentir genuino. Algo abismal, que acaba sumergiendo a la conciencia en una ruta de oscuridad insondable, perdiéndose en un bucle de eterno retorno, conocido simbólica y legendariamente como El Infierno.
Los recursos del deseo y el rechazo (nacidos de la necedad), una vez enraizados a través de un hábito obstinado, encierran a la conciencia tras los barrotes de la irreflexión y la emulación. Desde ahí, toda esencia es conceptualizada y transformada (emulada burdamente) en apariencia.
Quienes son arrastrados por esta elección, se ven obligados a ceñir sus vidas a una irreflexiva espera continua. Esta espera es acompañada por una constante actividad mental y una obsesiva fijación en lo corporal.
La ansiedad que subyace a esta actividad mental, es amortiguada con una resignada espera, que acompaña a cada individuo, subterráneamente, en su cotidianidad.
Apenas se presta atención al hecho de que, la confianza depositada en este sistema evasivo, acabará finalmente consumiendo la energía vital y el limitado tiempo que dispone cada persona.
Esta actividad, interna y externa, es alimentada por un flujo incesante de temores y deseos, que son atendidos fanáticamente por la imaginación. Estos recursos, imaginarios, son aplicados por el carácter, utilizando los estribos de la alabanza y la humillación (éxito y fracaso).
Estos estribos (imprescindibles en toda domesticación) van subyugando, gradualmente, la espontaneidad natural y erosionando toda esperanza real de libertad.
Es significativo que este deterioro de lo natural sea contemplado socialmente como necesario. Pero debemos también contemplar la obviedad de que sólo con el deterioro de lo espontáneo se puede conseguir la integración del individuo en un artificioso sistema depredativo.
Es de considerar que cuando el ser humano carece de raíces propias, capaces de apaciguar su ansiedad subyacente, se ve empujado a obtener la energía esencial de los demás. Esta tendencia dinamiza en el individuo sutiles y subliminales formas de depredación, automatizadas y subyacentes, que se entretejen en sus relaciones sociales.
Es evidente que sólo al reflexionar (valiente y tenazmente), sobre la realidad de estos automatismos, descubriremos dónde se anidan las dificultades que nos impiden desarrollar un mundo no depredativo.
Quienes niegan el sufrimiento interno (atribuyéndolo a causas externas) se ven obligados a huir de la Verdad del Sufrimiento.
Existe un sufrimiento que nos subyace (como seres humanos atrapados en un universo de apariencias) y debe ser encarado. Sobre este sufrimiento hemos construido una compleja maraña defensiva.
Para poder penetrar, incisivamente, en las contradicciones que atenazan el engaño originado por la ignorancia, se debe alcanzar previamente una observación objetiva (no implicada con el movimiento de los pensamientos). A esta observación atenta también se le llama meditación.
Por esta razón, quienes (renunciando a ilusorios beneficios) se han alejado lo bastante del bullicio emocional y han reposado, lo suficientemente atentos, en este tipo de observaciones, han concluido que el ilusorio movimiento emocional, que provoca las fuerzas de las sombras, es lo que genera todas las formas de sufrimiento.
Extraído del libro “Introspección”
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Marsias Yana