Hoy, bajo el síndrome de un orgullo creciente (desbordado tras la destrucción de la Jerarquía de la Conciencia y de todo arquetipo primigenio) la compulsión hacia la profanación suele estar fuera de control.
Únicamente quienes han dado prioridad a atender el sufrimiento que les subyace, pueden ahondar en sus contradicciones internas y obtener los beneficios de un auténtico proceso introspectivo.
Para que surja una meditación genuina, se necesita una atención despierta. Esa atención debe ser convocada por un interés audaz. Este interés surge en quienes se han rebelado del encierro, que el acobardamiento y el adormecimiento les habían provocado.
Acceder a ese interés, sostenerlo y fortalecerlo, requiere disponer de la inspiración necesaria. Una inspiración que facilite el desarrollo de la atención. Esta atención permite la observación de los engaños que obstaculizan la meditación.
Deberíamos considerar que, sin un entorno rico en inspiración, el proceso mencionado carecerá de la motivación correcta y equivocará su trayecto.
Con el desarrollo de la atención correcta y de las alertas apropiadas, podremos encarar exitosamente las barreras espinosas y los abismos profundos (de la agitación mental y la atemorizada indolencia) que se oponen, obstinadamente, al despertar.
Este planteamiento ha sido contemplado históricamente. Por esta razón, en las antiguas tradiciones espirituales, se puso un especial énfasis en la creación de entornos, disciplinas, liturgias… Pretendiendo, de esta forma, que se pudiesen proteger a la conciencia, durante un proceso tan delicado y profundo como es el introspectivo.
Estos marcos litúrgicos fueron elaborados para consolidar el proceso de la metamorfosis interna. Los diferentes marcos, elaborados en cada época y en cada latitud, se han singularizado y diversificado para facilitar el despertar en cada tipo de mente.
Tras haber encontrado la inspiración y el coraje suficiente, el despliegue interno, que comienza a suceder, se encuentra con numerosos obstáculos, que deberán ser superados. Este hecho obligará al despertar de una mayor atención. Esta atención es imprescindible para poder superar las dificultades.
El orgullo
Habitualmente, el individuo suele proteger su ignorancia con orgullo. Con este orgullo se pretenderá suplantar la dignidad perdida.
Desde el orgullo, el individuo teme sentir la humillación que le supondría contemplar sus precariedades. Este temor impide una posición adecuada para que los contenidos profundos sean vertidos en la conciencia.
Para que la verdadera inspiración humedezca la sequedad del alma, es necesario que ese orgullo sea apartado y que la fragilidad interna sea sentida. Pero esto requiere, previamente, que se desarrolle una auténtica humildad.
Sin esta humildad seremos como un sediento que se empeña en poner su boca por encima de la fuente. No olvidemos que “ningún cántaro es llenado si no se coloca debajo del grifo”.
Quienes puedan comprender la verdadera dirección de estas palabras deberían, tarde o temprano, reorganizar su escala de prioridades. De lo contrario serían engañados por numerosas astucias, durante su proceso interior. Unas astucias que han sido engordadas tras la continua persecución de lo deseado y la huida de lo temido.
Voluntad genuina
En la seriedad para cambiar nuestras prioridades, dejaremos constancia de nuestra genuina voluntad de despertar. Cuando esta voluntad aparece, nuevas rutas se abren en el sentir, hasta entonces ignoradas.
Pero, si esta voluntad no surgiese, emergería, inmediatamente, una compulsiva tendencia a la fascinación.
Esta fascinación irá dirigida hacia un nuevo objetivo codiciado, de naturaleza mística.
Este objetivo será conceptualizado y etiquetado, recurriendo a las herramientas imaginarias de la mente. De esta forma, nos pondremos al servicio de nuestros (santos) deseos, acompañándonos de nuestras mejores intenciones.
Sin una verdadera inocencia y una voluntad auténtica, la emulación mística nos llevará a un nuevo paradigma, tan irreal como los anteriores. Esta nueva concepción quedará restringida a una nueva estética, sometida a los mismos patrones de conducta que se utilizan con cualquier otro deseo.
De esta forma, y desde una posición meramente estética, actualizaremos nuestras viejas plantillas egoicas a los nuevos planes. Y así, permaneceremos ignorando que detrás de todo deseo se oculta la sombra del miedo. Tengamos en cuenta que, cuanto mayor sea ese deseo, mayor será su sombra y mayores serán los temores que esconderá.
Desde el egoísmo, surgido de una imaginación enfebrecida por los grandes cielos que proyecta con su ensoñación, el ser se ve arrastrado por la eterna persecución de un futuro imaginado por sus deseos.
Bajo este hechizo olvidamos que, al aumentar el tamaño del cielo, también se aumenta el del infierno. Es esta persecución se fuerza la conciencia (hasta el agotamiento) para alcanzar unas metas inalcanzables.
De esta forma, aprisionados entre nuevos cielos y nuevos infiernos, nacerá una inevitable flacidez bondadosa, que engrandecerá nuestra cobardía (y nuestros miedos). Bajo esta presión, correremos el peligro de forzar un amor aparente hacia los demás, sin percibir el oculto desprecio que nos provoca su precariedad.
Ésta es una trampa peligrosa, provocada por los ardides y las sutilezas de un disfrazado orgullo místico.
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Marsias Yana
Extraído del libro “Introspección”