Herencia
Para avanzar en la comprensión del origen del exilio que nos ha arrebatado del presente, el recurso a la mitología es imprescindible.
Necesitaríamos acceder a una visión esencial del mito, si quisiésemos encontrar su sentido originario.
En la mitología se encuentra, encriptado en imágenes arquetípicas (que impiden cualquier acceso frívolo), la sabiduría de lo inefable.
Para acceder a decodificar los contenidos del mito, debe superarse el literalismo habitual contemporáneo. Este literalismo empuja al individuo al fangoso terreno de la imaginación y sus supersticiones.
El recurso al literalismo es inevitable al ser abandonada la intimidad con nuestra esencia. Pero el uso abusivo de este recurso ha deteriorado nuestras raíces culturales.
Este deterioro ha provocando la ignorancia del legado de nuestros antepasados y nos ha hecho desdeñar sus valores éticos.
Desde la perspectiva consumista actual, nuestra herencia ética y mitológica es inaccesible. Por esta razón, para iniciar el acceso a la simbología, deberíamos considerar la importancia benigna de nuestras actitudes ancestrales. Al hacer esto comenzaríamos a realizar una verdadera reconciliación con nuestros orígenes.
Encarar este desagravio, implica comenzar a rechazar esas parodias despectivas sobre nuestro pasado, que hemos recibido y aceptado, en nuestra indefensión consumista. Esta aceptación ha deformado y encegueciendo nuestra visión objetiva del presente.
Si esto nos pareciera extraño, deberíamos considerar que el respeto por los antepasados es una actitud común en todas las culturas enraizadas.
La soberbia despectiva, con la que se mira a los antepasados, muestra la frivolidad de un espíritu huérfano. Esta soberbia revela la orfandad de quienes han formateado su mente con las herramientas de la humillación y la alabanza, y ahora pretenden obtener todas las ventajas posibles del entorno, para cubrir ese vacío.
Recuperar esta herencia no se presenta como algo fácil, ya que nos requerirá de una singular insurrección. Una insurrección noble, capaz de poder hacer frente a unos hábitos depredativos perniciosos, afincados insidiosamente en nuestro interior.
Nuestra herencia cultural y ancestral nos ha dejado detalladamente relatado (en refraneros, cuentos, leyendas y mitologías) el perfil psíquico del mal. De esta forma, nuestros antecesores transmitieron a sus descendientes la sabiduría que los antiguos sabios habían acuñado.
El cúmulo de este saber fue acumulándose en amplias bibliotecas (posteriormente incendiadas), que fueron el epicentro de una gran actividad cultural.
La sabiduría ha sido transmitida de generación en generación, a través de símbolos, ritos, leyendas, textos orales o escritos, mitología, costumbres… De esta forma, los herederos, al enriquecerse con lo aprendido por sus ascendientes, pueden encarar el tránsito de esta vida con una mayor dignidad y conocimiento.
En las culturas genuinas, el estudio, la reflexión y la meditación de estos legados, han permitido avanzar hacia profundas honduras, a aquellos que han sabido eludir el engañoso laberinto de las apariencias.
Un laberinto regido por un poder nefasto, que ha sido personificado, en todas las culturas, por la imagen arquetípica de: El Diablo.
A este poder, en la gnosis occidental cristiana, se lo simbolizó como El Demiurgo (o fuerza creadora de la apariencia), ya que es a través de las expectativas (que las apariencias provocan en la mente) como se envilece el ser.
Marsias Yana
Extraído del libro “Huyendo del Origen”