En esta mañana, de un día soleado de primavera, he decidido dejarme caer, desobedientemente, en la irrazonable embriaguez de este aliento. Una embriaguez impetuosa, destilada y macerada en los cálidos vapores de los susurros de mi intimidad.
[Una intimidad ahora desinhibida, tras mis continuas licencias interiores (tan ajenas a complacencias y servidumbres conceptuales) y unos susurros que emergen impecablemente, desde las intimidades más puras y de las profundidades más hondas del Ser. Hoy festejadas por mi devocional fervor y mi dedicada atención a la herida de mi corazón.]
Mis perros han entrado corriendo por el pasillo, llenos de alegría juvenil. Me han saludado efusiva y saltarinamente y, poco después, se han tumbado relajadamente, a mis pies, junto a la mesa sobre la que estoy escribiendo estas palabras.
Los pájaros y palomas, sin pretensiones de ningún tipo, e ignorando otras importantes consideraciones, canturrean rítmicamente sus melodías, alegremente, despertándome a nuevas sensibilidades, que estimulan la embriaguez de mi espíritu, hoy desenfrenado.
Mientras yo, sintiendo el cielo, los perros, el incienso, las nubes, los pájaros…, contemplo prioritariamente el fondo en donde todo eso ocurre, y en ese fondo sucede mi desparramo.
He observado que cuando ignoro ese fondo los días pasan anónimamente, casi furtivamente, como si supieran del fraude que se anida en esa ignorancia y del dolor que se desatiende.
Y es de ese dolor desatendido de lo que quisiera escribir, en esta mañana primaveral, envuelta con sus sensaciones y con la compañía de mis perros, que reposan inertes a mis pies.
Pero, quisiera escribir de tal forma que mis palabras pudiesen confrontar el fraude interior que subyace bajo el sopor de la cotidianidad y que pretende, ladinamente, usurpar un lugar, que le corresponde legítimamente a la Realidad.
También he observado que ese fraude es lo que engulle a la pureza, profanándola, domesticándola y convirtiéndola en un ornamento, utilizable para otros fines.
Este fraude sabe permanecer oculto, latente, cubierto por esa imagen construida sobre nosotros mismos (tardíamente, cuando la pureza fue entregada), y bajo la cual pretendemos recorrer, absurdamente, los insondables procesos del vivir y del morir.
La prioridad que esa imagen de uno mismo llega a tener en las decisiones y actitudes de nuestra conducta, contradice el ritmo armonioso que nos procura la vida.
Nuestra interpretativa dedicación hacia ese personaje (construido con los retazos de esa imagen) es tal, que preferimos ignorar el hecho ostentoso de su engaño, junto al dolor que esta elección nos provoca.
Esta ficticia imagen, a la que nos entregamos, nos engaña.
Nos engaña, cuando nos hace pretender alcanzar la Verdad, porque no es la Verdad lo que anhela, ya que su voluntad es la mentira.
Deberíamos considerar que, si desde el engaño se pretende alcanzar la Verdad, es porque la mentira es más seductora y poderosa cuando se viste de Verdad, como bien saben los embaucadores.
Al haber dicho anteriormente que: preferimos ignorar el hecho ostentoso de su engaño, junto al dolor que esto nos provoca, estoy señalando implícitamente al tipo de responsabilidad (con ese dolor) que deberá plantearse cada individuo que pretenda separar la nobleza de la vileza. Algo que debería suceder antes de elegir la dramática ruta del engaño y sus ocultadas agonías.
Por esto hablo del dolor, con urgencia. Éste es el dolor de una ausencia, o quizá de una traición. Una traición ignorada por la conciencia, tras haberse zambullido profundamente en la inconsciencia, arrinconando este dolor en lo subyacente.
Quiero hablar de ese dolor, porque (desde su exilio) no está siendo escuchado por quien debiera. Ya que ahora es rehén de un profundo engaño, de su propio engaño, emponzoñado por el deseo de lo imposible.
Éste es un dolor negado, en beneficio de esa imagen, de esa interpretación, artificiosa y pueril, a la que nos hemos sometido, en alguna noche oscura, creyendo poder jugar, impunemente, con nuestra alma.
Es ese dolor, lo que me conmueve y me reclama (al igual que le reclamará al lector interesado, una vez que haya aceptado el desafío).
Aun sabiendo la rareza, que supondría el hecho de que alguien asumiera estas reflexiones que me atrevo a desplegar, y teniendo en cuenta los obstáculos que enfrentarán aquellos que lo asuman, me adentro en ello, con la firme esperanza de que, al señalar la desesperanza (que subyace en la conciencia de la mayoría de los seres humanos) pueda resurgir la esperanza.
Bajo esa desesperanza son obligados (los seres que han ignorado su origen) a obedecer ciegamente, todo aquello que se agita en sus procesos mentales y emocionales. Agitaciones, con las que se pretende eludir y suplantar a Lo Irremplazable.
Exiliados en los estrechos pasillos de una vigilia acorralada, caminan, en una subliminal espera interminable (condenada a la desesperanza) quienes pretenden lo inverosímil, mientras huyen de sus temores, persiguiendo inagotables deseos, y permanecen ciegos ante las grandes obviedades.
Ha sido dicho, por quienes saben, que liberarse de ese exilio, es liberarse de la Esclavitud Abismal.
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Marsias Yana