El verdadero estudio no es un entrenamiento, con él que pretendamos engullir un nuevo sistema conceptual.
Tampoco sería auténtico, si lo utilizásemos con la única pretensión de aplicarlo a los planes que hemos hecho con nuestra vida.
Estos tipos de estudio suele estar forzado por intereses exteriores, ajenos a las demandas reales internas.
Esta forma productiva de estudiar (al ignorar lo que sucede internamente en el campo perceptivo de la conciencia) no desarrollará una profunda integración de lo aprendido. Y esta integración es necesaria para poder desarrollar una genuina sabiduría.
Difícil es encontrar una verdadera espontaneidad en la actitud del estudioso, si su motivación subyacente está dirigida a lograr algún tipo de beneficio imaginado.
Si la espontaneidad genuina no lidera este proceso de aprendizaje, nuestra libertad quedaría marginada. Y si esa libertad es marginada, ¿qué fruto tendrán nuestros esfuerzos y forzamientos?
El estudio productivo suele estar erróneamente cimentado sobre la alabanza y la humillación. Estos acicates domesticadores, saben cómo suplantar al verdadero apetito indagativo con una impostada actitud.
No ignoremos que sólo un genuino apetito indagador es capaz de permitir una verdadera integración de lo estudiado. Por otro lado, es de tener en cuenta que únicamente esta integración podrá liberar de contradicciones lo adquirido.
En el verdadero estudio, se requiere de un genuino apetito indagativo, obviamente. Éste es un apetito que sólo surge en quienes (partiendo de una actitud interna libre) se implican, valerosamente, en su propia existencia.
El estudio auténtico, siendo una herramienta para el despertar, requiere de una base real, sobre la que se puedan aposentar las comprensiones adquiridas.
Este aposentamiento requiere una escucha genuina, surgida de una sed profunda. Sin esto, sólo dispondremos de un obcecado interés personal por alcanzar las metas imaginadas y ensoñadas por nuestros deseos.
Al estudiar correctamente, lo hacemos desde la demanda más profunda y con una mirada agudamente crítica. Esta mirada, si es veraz, debe ser capaz de conquistar una contundente obviedad y sostenerse en ella. Únicamente así, lo adquirido podrá ser integrado, sin contradicciones, en la globalidad de una visión despierta.
Llegados hasta aquí, la humildad se convierte en una cualidad requerida. Con ella podemos discriminar aquello que no hemos entendido, y transformarlo en preguntas. Sólo de esta forma evitaremos que una imaginación incontinente realice sus interpretaciones y adaptaciones, de aquello que no ha sido debidamente asimilado.
Por otro lado, difícil será la verdadera escucha, en quien alberga cualquier tipo de intención. Hay que tener en cuenta que esa intención (sea cual fuere) es la lente que deforma el contenido de lo que ha sido transmitido.
Esta deformación (que provoca nuestros deseos o intenciones) nos arrastrará a conclusiones precipitadas. Estas conclusiones (surgidas de interpretaciones erróneas) mancharán e imposibilitarán el trabajo interno realizado.
El estudio es la capacidad de ofrecer a nuestro corazón aquello que ha sido comprendido por nuestra mente.
El estudio es lo que permite transformar en una verdadera visión, lo que ha sido transmitido (una vez examinado, integrado y resueltas las contradicciones).
Pero, el estudio suele estar obstaculizado por inercias inadecuadas, que convendría observar.
Una de estas inercias es el orgullo.
La mente, que ha sido entrenada en la alabanza y la humillación, recurre al orgullo para ocultar su ignorancia, con la pretensión de protegerse de la humillación.
Por esta razón, es necesario disponer de una actitud inicial adecuada, que nos permita hacer ágil y maleable la atención. Esto nos autorizará para dirigirla hacia las indicaciones recibidas, con la humildad suficiente.
De esta forma, podremos penetrar en aquello que confronta directamente nuestras inercias irreflexivas. Esta confrontación es lo que permitirá que las leyes de la obviedad venzan a estas inercias y eliminen sus contradicciones.
El estudio suele ser menospreciado por quienes (acostumbrados a la incontinencia emocional y reconfortados en la pereza) pretenden construir, imaginativamente, su propia fascinación.
La fascinación es un muro que nos ciega. Este muro es sostenido por los adoquines de las creencias y defendido con la sugestión.
Existe un misticismo fascinado y falaz, utilizable para sostener un viejo y anquilosado sistema evasivo. Siendo este sistema lo que nos permite huir de la verdad temida.
El estudio suele ser un obstáculo para esas labores imaginarias, autocomplacientes, que tanta atención requieren. Pero es una gran herramienta, útil para quienes, cansados de una eterna repetición, reclaman para sí una verdadera libertad.
Sólo una verdadera libertad y su sabiduría podrán librarnos de las raíces profundas de la necedad, hoy infiltradas en los más recónditos lugares de nuestra intimidad.
Ha sido dicho que sin un verdadero estudio no puede generarse una práctica verdadera para el despertar.
Habría que añadir que no es el estudio lo que nos llevará al despertar, pero sí es la herramienta que nos ayudará a eliminar los obstáculos que impiden que ese despertar suceda.
Extraído del libro “Introspección”
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Marsias Yana