Canto de Sirenas
Hoy en día hay quienes, cansados del laberinto materialista, buscan una alternativa en la visión espiritual de la existencia. Motivados, quizá, por su aceptación del gran drama vivencial (que empapa la cotidianidad) se acercan a lo espiritual buscando una ruta introspectiva, en donde encauzar su demanda interna.
Pero pocos se percatan que arrastran dentro de sí adheridas tendencias, que han sido forjadas en el reducto de las apariencias (del engaño). Estas tendencias deberán ser objetivadas y neutralizadas, para evitar caer en continúas trampas.
Surgiendo desde un entorno, en donde los estribos del orgullo y la humillación han moldeado el carácter y donde la ideología es religión, no es de extrañar que, algunos, queden encallados en los arrecifes de acantilados conceptuales, hechizados por ese canto de sirenas que emular la verdades anheladas, hábilmente.
Al contemplar este escenario (tan lamentablemente habitual), en donde tantas naves han quedado encalladas, se hace necesario despertar la atención hacia el verdadero arrecife, que amenaza nuestra libertad, y contemplar el gran nudo de contradicciones, causante de la confusión.
Este nudo, que subyace muy hondamente (protegido por el temor), es negado por el rechazo, que, a su vez, es evadido con el deseo.
Desde estos temores (dotados con el poder que le otorga su ocultación) emanan todo tipo de obstáculos, que suelen permanecer ocultos a la conciencia. Estos obstáculos deberán ser superados para poder avanzar. Tengamos en cuenta que es en el proceso de esa superación donde se va a forjar el carácter que permitirá el desarrollo de unas actitudes genuinas y nobles (tan olvidadas).
El desarrollo de unas actitudes virtuosas es imprescindible para poder superar esos engaños, que empujan nuestras vidas hacia los acantilados de las apariencias; dejándonos atrapados en eternos juegos emocionales.
En la misma medida en que esos obstáculos son superados (con suficiente coraje y sinceridad), estas actitudes son alcanzadas y la trampa que subyacía es mostrada, permitiéndonos la vuelta al hogar.
Este proceso (intemporal) fue mitológicamente señalado por Homero, en La Odisea, al narrar el viaje heroico de Ulises, en su vuelta a Ítaca, su hogar.
¡Qué atractivas aparentan ser las ilusorias imágenes de felicidad!
¡Qué bellos conceptos sobre el progreso, la democracia, la libertad, la igualdad, la paz…, el amor!
¡Cebos infalibles, insertados en las redes del literalismo y utilizados como fascinación propagandística!
¡Cantos de sirenas!, para mentes deterioradas por la banalidad.
Ignorar que el auténtico amor atiende prioritariamente al dolor y (tras esa ignorancia) pretender refugiarse en una felicidad diseñada, es un gesto de cobardía y egoísmo que nos condena al fracaso.
No puede existir una felicidad auténtica, mientras se ignoren los reclamos del dolor interno y se utilicen continuos recursos evasivos.
Ese dolor reclama nuestra atención. Y esa atención no debe ser negada por aquellos que pretenden la pureza.
Cuando la mirada atenta es dirigida al núcleo de ese dolor (amorosamente), este dolor es indagado. Únicamente con la indagación de ese dolor, pueden ser comprendidas las causas que lo produjeron. Y sólo comprendiendo las causas, éstas pueden ser evitadas.
Impedir el conocimiento de sus causas, sería semejante a caer en las trampas del Cíclope Polifemo. El monstruo poseedor de un único ojo (el ojo del materialismo).
Nuestra perspectiva materialista nos hace permanecer ciegos a la gran visión multidimensional, del sentir y su libertad. En definitiva, de la esencia de nuestro ser.
Ignorar el sufrimiento envolvente (que acompaña a quienes viajan entre el nacer y el morir) y dedicarse a perseguir el entretenimiento sensorial, supone caer en el olvido, ignorando así el propósito principal de este viaje.
Esto fue expresado en La Odisea, cuando Ulises cae presa del hechizo erótico de la diosa Calipso. Ulises podría haber permanecido eternamente atrapado, si no hubiese invocado la ayuda de la diosa Atenea, que amaba maternalmente a Ulises.
Semejantemente, al individuo (presa de la magnetización de las formas) le es imposible liberarse del engaño, si no es capaz de invocar lo sublime y lo grandioso de su ser.
En este caso, Atenea representa a la Madre Eterna.
Atrapado en este hechizo, el individuo es una presa fácil para tramperos; cuya habilidad y astucia para engañar a sus presas, supera con creces a la de sus víctimas.
Cuando, para huir de la tormenta emocional (que agita dramáticamente a los corazones) los viajeros existenciales, se refugian erróneamente en un paradigma terrenal, se olvidan de su origen. De esta forma los seres permanecen a la deriva, en la soledad más profunda, soñando irrealidades e ignorando su verdadero ser (cuya esencia permanece abocada hacia su origen, infinito y eterno).
Homero refleja este hechizo en la isla de los lotófagos, en donde los viajeros de La Odisea acaban olvidándose del motivo de su viaje, tras haber ingerido los lotos de la inconsciencia.
Manteniendo el paralelismo mitológico, habría que evocar a Homero y (al igual que hizo Ulises) atarnos con los lazos de una firme voluntad (fieles a la nobleza interna), en el mástil del ser (el eje de nuestra esencia), si queremos atravesar las aguas de estos acantilados insondables, de expectativas constantes y sufrimiento perenne.
Extraído del libro “El Engaño Subyacente”
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Marsias Yana