El estado actual del lenguaje, tras este devenir de manipulación utilitarista, se ha corrompido en sus aspectos más esenciales. Esto ha llegado a un punto en el que es difícil encontrar términos, referidos a lo sublime del ser, que no hayan sido tergiversados o desposeídos de su verdadero contenido.
Cualquier palabra o referencia hacia lo grandioso, ha sido torcida y llevada al mensurable terreno de la banalidad.
En este retroceso, inexcusable, se ha ido perdiendo el poder evocador de una terminología que, antaño, fue utilizada para trazar los trayectos de la conciencia. Trayectos a través del intrincado océano de engaños, que acompañan al mundo de las apariencias.
Pero esta terminología es indispensable, si queremos expresar ciertas honduras de la conciencia. Este lenguaje solía estar dotado con una gran precisión simbólica. De esta forma, se evitaba que fuesen expuestas a una burda profanación ciertas honduras del ser. Unas honduras que, de otra forma, serían inexpresables.
En el devenir de una libertad, que únicamente ha demostrado ser eficaz para la depredación, la mente humana se ha habituado a un lenguaje bullicioso y hueco. Este lenguaje, literalista, ha ido posicionándose en todos los niveles de la conciencia y paulatinamente aislando al individuo frente a sus depredadores.
En esta revolución literalista, la sutileza intuitiva y los matices del sentir, han sido sacrificados en el altar del beneficio, provocando una continua degradación del lenguaje.
Esta degradación, acaba inhabilitando la evocación de lo sublime y, además, predispone y facilita la emulación de todo aquello que transciende la imaginación.
Dentro de esta trayectoria, las imágenes arquetípicas originarias, han sido caricaturizadas y deformadas, inhabilitándolas o reutilizándolas, para otros objetivos y proyectos.
Estereotipados héroes egoístas, sabios neuróticos, feminidades masculinizadas, virilidades infantilizadas…, han sido puestos al servicio de la industria del entretenimiento. Una industria mediática consagrada, tras haberse convertido en una liturgia, necesaria para aquellos que buscan evadirse de su propia existencia.
Pero, al permitir esto, se ha ignorado la importancia que estas imágenes arquetípicas originales tendrían (y tuvieron), para el buen desarrollo del equilibrio interno del ser humano.
En estos tiempos de degradación, es recomendable abrir bien los ojos y, dotados de cierta rebeldía, comenzar a reflexionar en ciertas obviedades. Unas obviedades que han sido olvidadas, junto a todo aquello que contradice unos objetivos de progreso ideados por sus beneficiarios.
Esta degradación o banalización de los recursos verbales, nos obliga a la creación de un lenguaje renovado. Un lenguaje capaz de mostrar la eterna frescura que precede al despertar de la conciencia.
Es la capacidad expresiva de este lenguaje y la receptividad del oído que escucha, lo que permitirá despertar un singular interés por conocer lo que permanecía a nuestras espaldas.
La comprensión de estos lenguajes requiere de una actitud dispuesta a dejarse sorprender por los nuevos horizontes que surgen de las eternas verdades.
Es el asombro, lo que da origen al conocimiento.
Sólo un apetito indagativo genuino, nos facilitará el recorrido contra la corriente. Una corriente nefasta, enseñoreada sobre mentes acobardadas.
Pero esta atención no podrá sostenerse, si antes no se cultiva una verdadera alerta sobre lo subyacente.
Sólo de esta forma seremos capaces de reconocer el emerger de esos habituales impulsos profanadores, que tanto enaltecen al ególatra.
Unos impulsos profanadores albergados en el interior, que son un síntoma claro de las concesiones y pactos establecidos con el engaño.
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Marsias Yana