Dualismo Herético
El dualismo herético, tan predominante en la cristiandad antigua, se nos presenta hoy de difícil entendimiento. En el lenguaje cotidiano, al adjetivar de maniqueo (dualista) a una persona se la incluye dentro de un perfil necio y simplista. Es comprensible que el simplismo sea sinónimo de necedad, pero no así el pensamiento dualista representado por los primeros cristianos (Dios o Mammon).
Para poder introducirnos en este tema adecuadamente, es necesario abandonar el mayor de los simplismos: la aceptación irreflexiva de un etiquetado literalista de la realidad.
Ante nuestra mirada, se percibe que la complejidad y diversidad del universo material es inmensa. Pero, al observarlo detenidamente, acordaríamos que las diferencias atómicas que separan a cada una de sus manifestaciones son prácticamente inapreciables.
Por ejemplo: el microcosmos que compone nuestro cuerpo está compuesto por infinidad de electrones, protones, neutrones, alimentados por una misma energía o esencia. Unos átomos que en un tiempo lejano formaron parte de las estrellas y ahora forman parte de nuestro cuerpo.
Por otro lado, ante los ojos de aquellos antepasados, interesados en la comprensión del hecho existencial, el universo mostraba la esencia básica sobre la que se construye la complejidad de la creación.
La luz y la oscuridad, el bienestar y el malestar, el miedo y el amor, el frío y el calor…, todo parece emerger de un mismo principio. Un principio fácilmente detectable para los indagadores del espíritu o de la psique.
El universo está compuesto de apariencia y esencia. Su esencia se agita en las partículas atómicas, siendo ésta la Energía Primordial de todo.
La apariencia surge de la materia, y, como bien se observa desde la ciencia contemporánea, la materia sólo es apariencia. Estos dos principios (apariencia=ilusión y esencia=realidad) han sido el centro de atención de todas las religiones y filosofías en las culturas preindustriales.
Para aquella cristiandad, esta dualidad era descrita como dos polaridades o gravitaciones, que atraían a quienes se acercaban a su campo de atracción.
Bajo la gravitación de la esencia (espíritu), los seres, sintiendo felicidad, sabiduría, beatitud…, pierden el miedo a la muerte y adquieren una mirada trascendente. En su núcleo brilla la Divinidad (Pleroma), de un amor infinito y todopoderoso.
Y en el otro polo está la materia (la apariencia), bajo cuya gravitación los seres se hunden en la mentira, la avaricia, el orgullo, la rabia, la envidia, la ignorancia. En su núcleo se oculta una fuerza diabólica, oscura y tenebrosa.
Cuando la mente humana, ignorando su origen, proyectándose en la apariencia e identificándose con la percepción, es arrastrada por esa atracción, la conciencia se inviste con las cualidades de la materia. Este “hechizo diabólico”, le empuja a desear o rechazar la apariencia.
En esa agitación, surgida de la ignorancia de lo que realmente sucede, emerge la avaricia, la envidia, el orgullo, la hipocresía, el dolor, el miedo y la rabia.
Para librarse de esta trampa el ser requiere de cierta sabiduría, la sabiduría que permite discernir el bien y el mal.
Quienes ven claramente esta dualidad, no se confunden, pudiendo discernir entre la ruta correcta de su esencia y la ruta incorrecta del engaño de lo aparente.
Pero, para quienes tenían una concepción materialista del universo, cohabitar con quienes poseen una percepción semejante, era un riesgo demasiado alto.
La concepción materialista, perseguía la conquista de territorios, bienes y personas. Esta concepción, carente de escrúpulos y llena de voracidad, se contraponía con quienes vivían en armonía. No era permisible cohabitar con quienes dudaban de la capacidad final de la materia para aportar felicidad.
Estas dos posiciones irreconciliables se enfrentaron durante siglos, llenando nuestro pasado de gloriosos actos épicos, que aún enaltecen a los estudiosos.
Actualmente, este pasado, heroico, ha sido hoy banalizado y tergiversado, bajo los rodillos de una poderosa industria mediática, al servicio de las fuerzas oscuras de la codicia.
Finalmente, debido principalmente a los métodos empleados por quienes carecen de ética, los poderes codiciosos fueron imponiendo su concepción materialista de la existencia, como preludio de una deshumanización venidera.
El acobardamiento de la población se convirtió en la forma más eficaz de encontrar complicidades entre los sometidos. Éstos, mientras pretenden vivir felices ante la alabanza y temerosos ante la humillación, aclaman ciegamente las ventajas futuribles del estado del bienestar y su entelequia de progreso.
Mientras este progreso sucede, el desencanto y la desesperanza anidan impunemente en los corazones y la conciencia permanece dormida (cual Bella Durmiente), esperando el renacer de ese héroe valeroso, dispuesto a entregar su vida por ella.
Atrás, en el fondo de los alientos, esperan aquellos héroes, dispuestos a recuperar el verdadero sentido de la existencia.
Marsias Yana
Extraído del libro “El Hilo de Ariadna”