El poder que obtiene quien vence en una guerra es suficiente para poder imponer una interpretación de los hechos que rodean a esa guerra.
La posesión de poder que obtiene el victorioso, facilita el control en la selección e interpretación de los hechos, pudiendo definir para la posteridad el nuevo diseño histórico a transmitir.
En cada versión histórica se trazan las intenciones soberanistas del nuevo gobernante, mientras se deforman o destruyen las pruebas que la contradicen. Estas adaptaciones se han ido acuñando, en los libros que nutren el estudio de las sucesivas generaciones de historiadores.
Cualquier revisión posterior, elaborada por historiadores independientes, que contradiga los intereses de la narrativa oficial, será rechazada, ignorada, tergiversada o penalizada.
En la concepción histórica, que elabora cada paradigma social, yacen elementos que son determinantes para la actitud existencial del ser humano y de su sociedad.
Para comprender la importancia del condicionamiento psicológico que provoca la versión histórica, es aconsejable que observemos las tendencias y actitudes que sostienen el actual paradigma social.
Comprendiendo esta subjetividad, al contemplar el desarrollo de los hechos históricos, tal como han sido narrados, inevitablemente nos invade un sentimiento de duda. Únicamente desde esta actitud crítica podremos observar la falta de coherencia que estos hechos tienen. Si consideramos las características del sentir interno del ser humano, con los hechos que hoy se manifiestan, podremos desmenuzar ciertas contradicciones.
Las bases del espíritu y el pensamiento, no se sostienen sobre la actual narrativa histórica. Una narrativa legada por las instituciones que dependen estrechamente del poder.
Hay algunas incoherencias que contradicen el sentido común y otras contradicen la naturaleza espontánea del ser humano.
Una vez percibidas sus incoherencias, por quienes aún conservan una rebeldía generosa, es ineludible comenzar a cuestionar, ampliamente, la actual concepción del pasado. Dada la influencia que la historia tiene para el presente, esta labor debería ser muy veraz.
Lo primero que se nos muestra es que la historia ha sido siempre una valiosa pieza, codiciada por los poderosos. Unos poderosos que, obviamente, no ignoraron el poder que ésta tiene para confirmar o desautorizar su potestad.
Considerar la historia como una poderosa herramienta de poder, debería alertarnos, proveyéndonos de una cierta cautela. Esta cautela nos protegería antes de asumir, emocionalmente, lo narrado en diseñados libros de historia, sin permitirnos una segunda opinión.
La posibilidad de que los contenidos históricos se hayan ido definiendo en base a una visión parcial, que beneficia a los vencedores de cada acto bélico, es demasiado alta para ser ignorada. Al mirar algunos hechos, encontramos datos históricos en el arte, la arquitectura, la literatura… que nos dirigen alejadamente de la habitual visión dramática y catastrófica del pasado.
No ignoremos que este tipo de perspectiva retrógrada del pasado, transmitida por la actual versión de la historia, básicamente sirve de sostén para el eficaz resultado de una elaborada ingeniería social, al servicio del poder.
Evidentemente, contemplar la historia desde otros ángulos (relacionados con el desarrollo y la evolución natural de las bases anímicas de los pueblos) nos permitiría iniciar un cuestionamiento nutritivo del paradigma cultural actual. Algo realmente necesario en esta coyuntura histórica.
Para esclarecer estos comentarios, nos puede ser útil recordar al filósofo y alquimista francés Fulcanelli (1877-1932), en su obra “Las Moradas Filosofales”:
“Los cronistas nos pintan esta desdichada época (Edad Media) con los colores más sombríos. Por espacio de muchos siglos, no hay más que invasiones, guerras, hambres y epidemias. Y, sin embargo, los monumentos –fieles y sinceros testimonios de aquellos tiempos nebulosos- no evidencian la menor huella de semejantes azotes. Muy al contrario, parecen haber sido construidos entre el entusiasmo de una poderosa inspiración de ideal y de fe, por un pueblo dichoso de vivir, en el seno de una sociedad floreciente y fuertemente organizada.”
“Esas imágenes libres, viriles y sanas, prueban hasta la evidencia que los artistas de la Edad Media no conocieron en absoluto el espectáculo deprimente de las miserias humanas. Si el pueblo hubiera sufrido, si las masas hubieran gemido en el infortunio, los monumentos nos hubieran conservado testimonio de ello”.
Extraído del libro “El Hilo de Ariadna”
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Marsias Yana