Planteamiento:
-La capacidad indagativa posibilita el estudio, la reflexión y la meditación. Sin esa capacidad, la mente se zambulle en la ignorancia. Pero, el hecho de que esta capacidad interna requiera de un entrenamiento externo plantea alguna contradicción.
Es un hecho que cualquier entrenamiento es una intervención, que interfiere en nuestra espontaneidad. Y esto pareciera contradecir la afirmación sobre la necesidad de recuperar nuestra espontaneidad natural.
Además, si en este entrenamiento estuviésemos motivados por nuestro deseo personal, bajo nuestro bienintencionado esfuerzo, podría subyacernos el orgullo, la envidia, la codicia, el enfado…, cubiertos con el disfraz de una nueva estética “espiritual”
¿Cómo asegurarnos de que ese entrenamiento no surge de un deseo personal?
Respuesta:
-La indagación, motivada por el enriquecimiento de conocimientos y cualidades para facilitar el despliegue egocéntrico de la personalidad, da resultados puramente conceptuales. Siendo esto algo que impide el acceso a lo inefable del ser. Esta práctica es un verdadero obstáculo para la auténtica introspección.
La indagación genuina, no es sino la presencia en el presente de la conciencia. Cuando la conciencia está presente, emana espontáneamente un afecto amoroso, que lo penetra todo. En el calor de este afecto surge la verdadera indagación.
La indagación es una cualidad inherentemente afectiva.
Para que la indagación sea real, debe ir acompañada de un afectuoso interés por lo indagado. Este tipo de interés lo podemos llamar actitud indagativa genuina.
Una vez que la atención se ha despertado, al poseer un auténtico interés por lo contemplado, el conocimiento de sus cualidades es ineludible.
Esto es algo muy obvio, porque…, ¿cómo podría haber amor, sin interés en lo amado? Sólo si hay un verdadero interés, puede haber una auténtica atención.
El amor es, en sí mismo, conciencia, y la conciencia es indagación.
Esta indagación traspasa más allá de los límites de lo consciente, penetra en lo subyacente y muestra el entresijo del engaño. Un engaño en donde se ocultan las causas del propio cautiverio.
Sin una verdadera presencia vivencial, cualquier intervención que hagamos será errónea y nos llevará a un extremo conceptual.
Al inhibir nuestros deseos y rechazos, también podríamos caer en una ruta equívoca.
La intención de esta inhibición, surgida de nuestros conceptos, podría ser una intromisión voluntariosa. Y esto es algo que obstaculizará el surgimiento de una verdadera espontaneidad.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que cualquier introspección, que traspase la capa defensiva que protege lo consciente de lo inconsciente, se enfrentará a una reacción emocional de rechazo. Este rechazo no puede ser gestionado adecuadamente, si carecemos de las actitudes y el marco necesarios para iniciar un verdadero proceso interno.
El entrenamiento que se ha mencionado va dirigido únicamente a identificar las actitudes erróneas, que están obstaculizando el desarrollo de los potenciales latentes de la naturaleza humana. Estamos hablando, por tanto, de recuperar lo que nos es propio y no de adquirir algo nuevo.
El recuperar esta cualidad (intrínseca a la conciencia) requiere de la rehabilitación de ciertos potenciales internos. Esto demandará un esfuerzo inicial, necesario hasta que el flujo natural de la energía recupere la cualidad natural de su presencia indagativa.
La carencia de un auténtico interés por el presente es el germen causante de todo sufrimiento.
Esta carencia (surgida de la ignorancia) se expresa a través del miedo y el deseo, que, al no ser indagados, son ciegamente obedecidos.
Otro aspecto, a tener en cuenta, sería el evitar que ese entrenamiento esté motivado por las expectativas que nuestra mente crea sobre los logros que imagina. Esta imaginación generará un nuevo deseo que pondrá en marcha los viejos mecanismos egocéntricos.
-Pero, si es así ¿por qué, estos deseos (por el logro) son utilizados en tantos y diferentes caminos espirituales?
-Los deseos por el logro son inevitables, pero no suelen venir solos. En su interior, puede haber escondida una cierta pureza. Una tímida esperanza, casi clandestina. Desde su clandestinidad, esta pureza observa atentamente, sin atreverse a manifestarse, esperando su oportunidad para emerger.
Los primeros pasos en el camino interior suelen ser dados desde el deseo, inevitablemente. Pero, a veces, acompañando a ese deseo, viaja la verdadera esperanza. Como un polizón en un barco de mercaderes, que espera la llegada a puerto, para mostrarse.
Es, en esa esperanza, donde resuena y fructifica la inspiración recibida. Una inspiración que podrá despertar las cualidades naturales del ser.
En la medida en que las piezas van encajando, la verdadera esperanza suele ir encendiéndose paulatinamente. Este resplandor, apenas es visible desde los ojos mundanos, aunque es claramente reconocido por quienes pueden verlo.
De esta forma, gradualmente, lo que fue vivido como una fantasía mística, comienza a desvelar su realidad. Es entonces cuando el brillo de la esperanza se muestra y se comienza a recordar lo que había sido olvidado.
Atrás habrán quedado los cielos (que hechizan con el deseo) y los infiernos (que embrutecen con sus rechazos), tras haberse mostrado la preciada sabiduría que había sido negada.
Extraído del libro “Huyendo del Origen”
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Marsias Yana